Suyana

Freya
5 min readMar 20, 2022

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Suyana significaba esperanza en el idioma quechua. Su origen empezó en esta comunidad 15.000 años antes de Cristo, pero su nacimiento fue tan solo en el año 95 en la provincia de Buenos Aires, mudados con su familia allí en un pequeño pueblo.

La personalidad de Suyana siempre estuvo vinculada a lo servicial. Sabía que el mundo era hostil y todo aquello que pudiera ser mejor, más amable y más puro sería un refugio para ella y sus seres queridos.

Era costumbre sentirse acogida por su grupo de amigos y no había actividad donde no sintiera placer por hacer, relatar y escribir, leer y comprender, dibujar y pintar, hacer y crear, ver y sentir. Si esas tareas eran compartidas, valía doble. Cuando realizaba estas actividades, y su día transcurría con su gente, volvía por las noches a su casa donde deseaba lo mismo, compartir y amar.

En contacto con la naturaleza y su devoción al prójimo Suyana llevaba a cabo siempre tareas humanitarias. Sabía encontrar el amor a través de los ojos de cada uno y como una ventana traslúcida podía reflexionar sobre el dolor ajeno, empatizar los pesares, y si estaba a su alcance, seguramente haría lo posible por aliviarlos.

Le reconfortaba la idea de dar amor, recibirlo, así como la esperanza de ser amada.

Había cuidado de las arañas que estaban dentro de su propia casa y se tomaba el trabajo de sacarlas cada vez que encontraba una en algún rincón. Ella sabía que pertenecían a la madre naturaleza, a las plantas y a los árboles.

Las sacaba sin miedo, dejaba que caminaran sobre las redondas curvas de su mano, y depositaba en esas criaturas la confianza que le brindaba de protegerlas, llevarlas y trasladarlas a su hábitat. Pasó su vida ordenando aquel orden natural, aquel deber de existir donde se debe existir. Trascendió el respeto al otro de una manera casi autoritaria, entendiendo al aquel ser otro quizás sin la mirada del mismo.

Un día tomando a una pequeña araña del rincón húmedo del baño se resbaló de la bañera, trastabilló, y entre tantos movimientos bruscos la araña ya no se encontraba sobre su mano. El pequeño arácnido asustado le picó parte de su pierna cuando intentaba huir de lo que lo había sacado de su lugar.

La naturaleza la había traicionado. Ese colchón de confianza que les brindaba se encontraba desgarrado y no creía en la buena fe y voluntad de aquellas otras criaturas como tampoco de las arañas. Después de todo, era más fácil matarlas qué tomarse tanto trabajo de quererlas.

Sintió la traición del otro como un latiguillo hiriente y supurante suficiente para olvidarse de todos. Ya no comprendía la razón por la que lo hacía y no le alcanza ningún argumento para entender que mientras llevaba cada uno a su sitió ella no se encontraba en ninguno.

Cómo podía alimentarse de un amor que ya no tenía feedback, y por sobre todo, de golpe era una hiel fría y pesada recorriendo su cuerpo, poniendo en duda todo aquello que era cierto hasta ese momento. El veneno de la araña en su pierna llegaba hasta su pecho y se hundía en su alma.

Divagó buscando respuestas. No había respuestas, no se si las había o si existían. No encontraba formas de romper ese pesado ancla de hierro, que hundía y rompía, desgarrada y derramaba todo lo que siempre fue irrefutable.

Tras el paso de los días la quietud y la calma de un ser pensando y penoso necesito derribar de a poco tanto peso.

No se trataba de encontrar el antídoto para aquel veneno ponzoñoso. Se trataba de tomar un trago a la vez de la amargura que tenía en el centro de su pecho y que el agua aun no le permitía limpiar. Cuánta agua debía pasar, cuál era el movimiento que le permitiese respirar mientras se encontraba aún en aquel baño acostada en los fríos azulejos.

Sabía que tantos años y tantas decisiones propias y ajenas la habían arrastrado a donde estaba. Ya no tenía escapatoria de esa realidad.

Se levantó del piso del baño un día normal con algo de humedad como le gustan a las arañas. Había por allí algunas, pero había decidido dejarlas en los rincones y las luces. Dejaba que estén ahí, y prefería observarlas de vez en cuando. Un chequeo sin contacto visual demasiado fuerte, solo teniendo una perspectiva de su existencia a lo lejos.

No quería sentirlas su amiga, no quería ayudarlas, pero no quería perjudicarlas tampoco. Necesitaba algo de fuerza y voluntad para tolerar aquel desagrado que le recorría las venas cada vez que las miraba. Es como la frase ``el que se quema con leche ve una vaca y llora’’. Pero la diferencia radicaba en que aquel otro también era propio y parte de sí misma. La disociación de su conexión con aquellos seres le dolía tanto como pertenecer a su mundo.

Ella quería amar, y quería ser amada.

Necesitaba volver a amar su hogar, amarlo con el veneno que la araña había dejado en sus venas, porque no era culpa de la araña ni de ella que no hayan podido entenderse. Necesitaba abrazar aquel frígido mundo del dolor donde su corazón aún residía.

Cuando la misma araña que alguna vez estaba en su rincón abandonó el baño de su casa comprendió que quizás no estaba lista para estar afuera, quizás le gustaban sus azulejos, o no todas las arañas quieren estar en las hojas y los árboles.

Prefirió apoyar las manos sobre su pecho para sentir el latir con la sustancia dentro su corazón y tomar alguna bocanada de aire extra cuando hiciera falta. Prefería verlas y observarlas, entenderlas y amarlas, con el mismo veneno que la tenía aún un poco paralizada.

La sustancia es parte de uno y nunca puede hundirte solo hace falta saber de qué está compuesta.

Así que empezó por entender, que aquel día que acompañó a su padre quien tomó una araña del comedor de su casa y la llevó a aquella maceta al lado de la ventana era un acto en un millón de sucesos que acontecen la vida misma. Seguramente esa experiencia fascinante de valentía, de respeto y de héroes había sido arrollada por la experiencia fatal de una picadura.

Por suerte, con un poco más de tiempo el denso calor ardiente del veneno disminuyó. La roncha en la pierna se desinflamó supurando. Y cerca de medio año después, fue una marca agridulce en el muslo para re-recordar aquellas historias.

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Freya

Jugando a ser escritora porque no me quiero hacer cargo del titulo